En una industria cinematográfica cada vez más dominada por la inmediatez de la inteligencia artificial y los efectos digitales, la película mexicana Soy Frankelda emerge como un acto de rebelión artística. No es solo el primer largometraje de animación stop motion hecho en México es un monumento a la paciencia, la dedicación y el poder del trabajo manual construido a partir de más de 150,000 fotografías individuales.
Cada fotograma es un testimonio del esfuerzo que desafía la lógica de la producción moderna.
La ciencia detrás de Soy Frankelda revela una escala de trabajo casi inconcebible.
Para cumplir con el estándar de 24 fotogramas por segundo que exige la animación fluida, un animador dedicaba una jornada completa de trabajo para producir apenas cuatro segundos de película. Este ritmo, que se extendió durante casi cuatro años de producción intensiva, convierte a la película en una obra de perseverancia que se gestó en un total de 14 años.
El universo de la película no fue generado por algoritmos sino construido a mano pieza por pieza, en el estudio Cinema Fantasma de la Ciudad de México. Un equipo de más de 200 personas, en su mayoría talento mexicano y latinoamericano debutando en un largometraje dio vida a entre 50 y 60 sets distintos.
Entre ellos se encontraba una colosal cueva de 20 metros cuadrados que albergaba a un grifo mitológico de seis metros. Para añadir profundidad y textura a este mundo tangible, se crearon más de 700 pinturas al óleo que sirvieron como fondos y atmósferas.
Este compromiso con lo artesanal se materializó en las más de 120 marionetas que pueblan la historia, cada una requiriendo en promedio dos meses de trabajo y la colaboración de 30 artistas. La protagonista Frankelda, contó con seis versiones distintas de sí misma para poder filmar múltiples escenas de forma simultánea.
Su expresividad fue posible gracias a un complejo sistema de 60 bocas intercambiables y más de 10 pares de cejas, mientras que la técnica para animar sus ojos implicó el uso de limadura de hierro para mover las pupilas con precisión milimétrica. Las manos de las marionetas eran tan delicadas que a menudo se rompían después de una sola toma, evidenciando la fragilidad y dificultad para capturar cada movimiento, lo que complicaba a una sola toma u horas de trabajo.
En está generación donde prima el contenido instantáneo, los directores Arturo y Roy Ambriz eligieron el camino distinto para darle alma a su película.
La película Soy Frankelda fue financiada en un 80% por los propios hermanos Ambriz, no es solo una proeza técnica sino una declaración de principios.
Cada una de esas 150,000 fotografías representa un instante de dedicación humana, un esfuerzo consciente por preservar la magia del cine hecho a mano y demostrar que, en el arte, la paciencia y la pasión siguen siendo las herramientas más poderosas.
